La bella durmiente yacía sobre la cama esperando su anhelado
beso de amor cuando el príncipe azul, con gesto resuelto, dio media vuelta, se
encaminó hacia la puerta, y dejó a los más de mil invitados en la corte sumidos
en el desconcierto. Bajó hasta las caballerizas y con gran determinación montó
sobre su palafrén. Al paso, se acercó a su joven y recio paje, tendió su brazo
derecho a modo de invitación y lo sentó sobre la grupa.
Por fin la reina, su madre, comprendió que coartar su
educación no había servido de nada. Más tarde, el rey preguntó a los guardias
por qué arriaron el puente levadizo, temerosos, confesaron que como cada
jueves, el príncipe y su paje salían a cazar perdices.
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